Gracias;

lunes, 18 de octubre de 2010

2.

El tintineo de un móvil de conchas que colgaba del marco de la puerta rompió con la melodía que el oleaje ofrecía a Cristina. Tras la puerta apareció un muchacho con una gran bandeja de plata. El chico no tendría más de unos ocho años, era mulato, con los cabellos rizados y oscuros cuál azabache. Andaba mirando el tazón de porcelana y el plato con frutas de la bandeja y al levantar la vista, Cristina pudo comprobar que aquel muchacho tenía los ojos más preciosos que ella había visto jamás. Eran de un tono oscuro, similar al carbón, parecían perderse entre las grandes y rizadas pestañas y tenían un brillo que reflejaba toda la inocencia del mundo. Cuando el chico se dio cuenta de que Cristina había despertado, sus labios empezaron a ensancharse, hasta crear una perfecta y gigantesca sonrisa.

-Giagiá dijo que hoy te curarías. Nunca se equivoca, ¿sabes?, es porque los Dioses están con ella, y la ayudan entre todos.-El pequeño muchacho tenía un acento muy extraño que Cristina no reconoció.

Desde la puerta se escuchó entonces una voz suave y firme, acompañada de unos pasos de una delicadeza atronadora.


-Pávlo, as échoun ton pro̱inó kai páme sti̱n paralía gia lígous


kochýlia, oi pelátes mas tha apolamvánoun.


Tras la puerta apareció una mujer anciana, con el cabello cano y recogido en lo que algún día fue un perfecto moño, un par de mechones le caían a los lados de la cara que era de una tez tostada por el sol y en la que ya se podían entrever los signos de la edad. Sus ojos eran tan profundos como el mar y tan brillantes como el cielo en un día soleado. Las comisuras de sus labios estaban rodeadas de cientos de pequeñas arruguitas. La felicidad te hace viejo, pequeña. Dejo entrever una sonrisa en sus labios y se sentó al borde de la cama. Pávlo salió de la habitación dejando la puerta cerrada y la bandeja de plata sobre una mesita que había al lado de la ventana. Entonces la mujer acarició el rostro de Cristina profiriendo una de aquellas sonrisas inconfundiblemente maternales.

-Puedes estar tranquila Cristina, ahora no nos reconoces, pero yo nunca olvidé esos ojos, como los de tu madre.

Una solitaria lágrima recorrió las mejillas de Cristina, recordando lo que su padre siempre le dijo, “Pequeña, tu madre estará siempre con nosotros, estará siempre en esa mirada tan suya como tuya”.

-¿Qué le ha dicho al niño?

-Es griego, lo mandé a por unas conchas a la playa. Pávlo lleva mucho tiempo sin compañía y está muy contento de tenerte cerca. Él te contará muchas cosas de la isla y podéis ir a explorar juntos. Te va a encantar Grecia.

-Pero, yo tengo que regresar a casa, no puedo dejar a mi padre solo. Seguro que todo ha terminado ya.

-No te preocupes de nada, nosotros nos encargaremos de todo, tú solo disfruta del mar y él te revelará a su debido tiempo todo lo que necesitas saber. Ahora tómate el tazón y cuando termines puedes bajar a la cocina, mikrés.

La anciana se levantó de la cama, se dirigió a la puerta y antes de salir golpeó suavemente el móvil para volver a oír tintinear las conchas entre ellas, la nostalgia inundó sus ojos y antes de irse le guiñó un ojo a la joven.

2 comentarios:

  1. ¡Me ha encantado el texto! Tengo que darle un buen repaso a tu blog porque me has sorprendido muy gratamente :) Me alegro de que me dejaras un mensajito.

    Por cierto, los poemillas que tengo en el blog son bastante antiguos. Ya no escribo de una forma tan "adolescente" je,je. Se agradece que les hayas echado un vistazo.

    Te iré leyendo, ¡besos!

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  2. ¡Muchas gracias José! :)
    Bueno, la verdad es que todavía no hay demasiado que ver, pero estoy en ello.

    Entonces ya es hora de subir poemas más "adultos", ¿no? ja,ja,ja

    En fin, gracias por leer y por el comentario, ¡Un beso!

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