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miércoles, 23 de marzo de 2011

Letra tras letra...

Escribir es desgranar el alma, dejar correr las ideas bajo un manto de tinta oscura y espesa, sin pensar, tan sólo liberando a una encarcelada mente sobre el inmenso folio blanco. 

Me vuelvo loca durante días, semanas e incluso meses, por exprimir aunque sea la más ínfima y diminuta gota de mi alma sobre un papel que espera ansioso a convertirse en un tesoro, y no consigo nada. Frases vacías, palabras ausentes y connotaciones, cuanto menos, insignificantes. Me pregunto si este es el resultado de tanto esfuerzo, y yo misma acallo mis dudas. ¿Esfuerzo? No, en esos momentos sólo busco el papel para mantener en silencio a mi charlatana mente, que no me ofrece nada, salvo dudas y reyertas sobre quién soy y quién llegaré a ser en algún tiempo. 

En cambio, en noches tranquilas en las que duermo profundamente, me despierta un cosquilleo en la boca del estómago y, sin saber muy bien porqué, me dirijo al tercer cajón de mi cómoda y rescato a la olvidada libreta de matemáticas. En ella, se mezclan ecuaciones y poemas de amor inacabados, frases que ni yo misma comprendo pero que consiguen que se me erice la piel de todo el cuerpo, y algún que otro misterioso párrafo. Sin poder evitarlo, mi mente se apodera de mis manos y comienzo a escribir. Palabras que aparecen de la nada, que ni siquiera yo escucho en mi cabeza. Estoy consiguiendo el silencio de mi mente, y la satisfacción de impregnar el papel con mi alma, con sentimientos que no sabía que sentía y con expresiones que no recuerdo haber escuchado pero que, sin duda, tienen un gran sentido. No entiendo lo que escribo, las letras pierden su forma y ya ni miro el papel, el cosquilleo en mi estómago es enorme y parece que me falta el aire... hasta que lo consigo, pongo punto y final. 

Mi obra, mi pequeña e incomprendida obra está terminada. Y no hay satisfacción, sentimiento ni palabras, para describir lo que se siente al transformar en alma en letras, al sentir el vacío en la mente y la plenitud en las páginas de una vieja libreta verde. 

Yo podré morir, lo haré, como todos, pero mi pequeña y incomprendida obra perdurara en el tiempo, será eterna, como todas las pequeñas porciones de mi alma que estarán perdidas, letra tras letra.